sábado, 23 de febrero de 2008

Clonalidad?

Blanca Mart
Imagen: Sergi M. Casals

“Esto si que no lo voy a aguantar. Simplemente soy un clon. Nací por clonación y ahora resulta que eso es poco menos que un delito... Jamás en el Departamento Espacial me habían dicho nada al respecto”.

Nunca, nunca me habían explicado nada en el Departamento Espacial de Astrax II. Ayer ocurrió todo; en unos segundos tuve que cambiar mi percepción de la vida. Y todo ocurrió
porque se han promulgado nuevas leyes, pero no en los asteroides de Los Confines. No. ¿Pueden creerlo?: en Tierra. ¿Qué demonios nos importan a nosotros?
Vivimos aquí en estos páramos. Porque todos lo dicen, esto es un páramo estelar como hay pocos. Nosotros, los del equipo, vivimos en la Zona (hace tiempo que dejó de llamarse Base); vivimos aquí y nos enfundamos en nuestros trajes y salimos al espacio exterior y tomamos mediciones y limpiamos la zona y destruimos los cúmulos que aparecen insidiosamente, reordenamos velocidades y direcciones: organizamos el caos y, todo eso no es más que una parte mínima de nuestro trabajo. Lo dicho: Somos unos profesionales de primera. Nuestro diseño genético es tan adecuado que hemos tenido Premios de la Real Academia de Astrax II.
Todo Iba bien. Todo iba bien. ¿Por qué demonios tenían que meterse los terrestres? Yo creía que nos habían olvidado.

Bien, hicimos una Asamblea Extraordinaria. Tuvimos que consultar los programas pues ya nadie se acuerda como se organizan estas cosas; nosotros normalmente hablamos todo sobre la marcha y actuamos según las necesidades que van apareciendo en el espacio y no vemos nada claro como responder a ese aviso de Tierra diciendo que estemos preparados para recibir a la nave “Magníficus” que aterrizará en diez días en nuestras pistas.¿? También que debemos entregar todos nuestros programas a los militares que lleguen. Ellos organizarán el trabajo y que no se nos ocurra desobedecer pues sería considerado delito de rebelión. Que no olvidemos las leyes que rigen a los robots pues también nos afectan por nuestra genética especial.
Especial, ¡no te jode!
Nadie entendía nada así que organizamos la Asamblea. Llevamos vino azul de las uvas de Baitinia II y Carne de jabalí sintética y clonada. Erha, que es una de mis gemelas, montó una parranda como no te puedes creer. Trajo música tecno y, suerte que el vicepresidente de la Asamblea, Tarso, que es más serio, puso música clásica porque sino no hubiéramos podido hablar con tanto ruidero.
Pero en definitiva lo que había que hablar era elemental y clarísimo: Venían los de Tierra. No sabíamos siquiera como sería su aspecto pero sí sabíamos que venían a fastidiar. En eso estábamos todos de acuerdo, así que a gritos preguntábamos que demonios teníamos que hacer y yo, que había sido nombrado Presidente propuse no hacer nada, ni siquiera trabajar, hasta que la nave terrestre llegara, pues sino, todo iban a ser reclamaciones.
Aprobaron la propuesta por unanimidad aplaudiendo y lanzando vítores y aclamaciones.
Cerramos la Asamblea bailando nuestro baile tradicional enlazándonos por los hombros e imitando el rumor de las olas de los mares de Los Confines y luego nos despedimos unos de otros abrazándonos y proponiéndonos hacer más asambleas de aquellas, pues por cierto que la habíamos disfrutado.

De todas formas, la melancolía se enquistó en nuestros corazones cuando nos dimos cuenta que se nos iba a hacer muy pesado estar unos días sin trabajar y aunque, no lo hicimos, sé de muchos que propusieron hacer más asambleas.
El espacio siguió fluyendo ante nosotros, las porquerías que llegaban de Tierra se fueron estabilizando a nuestro alrededor, el caos se desorganizaba ante la amenaza de los restos de cúmulos flotantes.
Pero nosotros no queremos líos; siempre hemos trabajado a gusto, generación tras generación, sin tener que estar mirando el cielo.
Así que durante diez días nos sentamos y esperamos la llegada de “Magníficus” que dando muestras de una ineficiencia total, tardó casi un mes.
A estas alturas los asteroides apenas se podían ver, rodeados como estaban de la zozobra mental que nos invadía y de las energías perdidas. También, por supuesto, rodeados de toda la basura que, de rebote, llegaba de las constelaciones de influencia terrestre. Pero, en fin, así son las cosas y mal vamos sino tomamos con calma los diferentes avatares de la vida.
El día treintavo, Klonius, un amiguete de la banda de los “Cantantes de Cuarzo”, avisó que recibía una frecuencia alterada.
Fuimos todos corriendo y como no cabíamos en la cabina entramos sólo Pólux y yo, Jasón de Klonus, que siempre me anda tocando todo, con eso de que soy el jefe, así que, para que los que se tuvieron que quedar fuera no se enfadaran pasamos el mensaje por la pantalla de luz y sonido.
No sirvió de mucho puesto que sólo se oía:
“...No...rizar. No (sonidos extraños) ...rizar...” y “Da....dadas”.
Todos aplaudieron emocionados pues, quiera que no, era interesante oír un rugido-sonido nuevo, como aquel. Decidimos emitir avisando que no se entendía nada y fuimos repitiendo el mensaje durante diez tiempos de alfa-omega.
Entretanto hicimos otra Asamblea en la que Marea y yo enloquecidos de felicidad por el descubrimiento de nuestra mutua atracción química, decidimos casarnos e inmediatamente empezamos a dar las instrucciones al Laboratorio para que fueran preparando los tejidos de los que se clonaría a nuestros futuros hijitos e hijitas ya que como los de Programación del Laboratorio mezclan los códigos con imaginación, nunca sabemos lo que va a salir.
Pero no nos importa, nos gustan las emociones fuertes.
Así estaban las cosas cuando la Magníficus dejó de transmitir. Tuvimos unas horas de paz y luego los de la Torre de Avistamiento del Paisaje dijeron que había una porquería nueva entre las basuras del caos estelar.
Rápidamente nos pusimos en acción y los del radar se dispusieron a salir. Vimos en pantalla como se acercaban y capturaban el objeto. Rápidos y eficientes como siempre. Así trabajamos nosotros. Lo que nos sorprendió es que en lugar de destruir, reciclar o reorientar la basura, según el caso, la empezaron a remolcar hacia nuestro asteroide.
Cuando se acercaban, pudimos discernir que el cuerpo en cuestión bailoteaba y según la lectura de la pantalla estaba vivo. Y tan vivo, al llegar a tierra y abrir su traje de paseo vimos que era una mujer. Definitivamente, enana; debía medir algo así como un metro setenta, pero tenía una cabeza, dos brazos y dos piernas como nosotros, sólo que más bajita y más pesada. Todos estuvimos de acuerdo en que era muy guapa aunque hablaba con graznidos y gestos descorteses e imperativos que pronto nos empezaron a cansar.
Así que cuando nos amenazó con un láser y por el traductor entendimos que nos conminaba a seguirla o destruiría esta mierda en donde vivíamos –y dijo, la mierda esa, refiriéndose a nuestro asteroide –alguien-, creo que fue Altain Clonus de la familia de los Aerolitos le soltó un puñetazo en el estómago y sólo así cerró la bocota.
Luego, en honor de la verdad, la cosa se disparó un poco, pues la terrestre le sacudió con su casco a Erión que ni había pestañeado pero estaba cerca y su gemela Alaena le soltó una bofetada a la graznadora visitante.
Cuando los ánimos se calmaron después de quitarle el láser de paseo a la graznadora, pudimos hablar y con el traductor nos enteramos de que no se podía trasmitir por culpa de los inmensos –y dijo inmensos la muy enanita- bloques de masa y energía que rodeaban nuestro Asteroide y exigía –aunque esta vez lo dijo más suave-, que saliéramos a hablar con la Magníficus porque sino nos abandonarían a nuestra suerte y la zona sería clausurada. El oír muchas idioteces seguidas suele provocarme un buen dolor de cabeza, así que dije que lo que se clausuraba era la asamblea, pues supuse que todos reunidos discutiendo algo, era una asamblea. Le dije a los del grupo Nardus que la llevaran al bar que iban a cantar los de la banda de Zarcus y que no la perdieran de vista hasta que yo regresara.
No sé si iba contenta o furiosa porque igual graznaba.
Así que ahí voy...Me puse mi traje de paseo y con Castor porque Pólux dijo que preferiría ir a lo de la cantada nos dirigimos al espacio en busca de la Magníficus.

Con los años, en la Leyenda de los Mundos Clónicos, las cosas se distorsionaron un poco. Hay un poema que dice así:
“Y llegaban los humanos,
Muchos, varios.
Y todos eran iguales,
en su violencia, en su gesto que se desdoblaba y perdía
en el aliento fresco del silencio.
Aquel ocaso, hecho de pérdidas, ellos, asustaron a las garzas”.

Yo no sé que coño tiene que ver eso con lo que pasó aquel día y que Cástor y yo vivimos. Hay otro canto que dice:
“El humano era igual al humano
y sembraba la muerte,
y adoraba el poder
con el ansia de las garzas locas
que trazan círculos perdidos en los páramos de Baitiana”.
Porque aquel día Cástor y yo cruzamos el espacio sorteando el desorden ocasionado en el caos y al salir de él pudimos ver una nave, no demasiado grande comparada con la nuestra.
La verdad, la Magníficus, nos decepcionó.
Y dentro, fue peor.
Nos permitieron entrar después de múltiples radares y precauciones y, luego, toda la banda de enanos –no había ni uno que llegara a los dos metros-, se puso a graznar y a amenazar y yo, con eso de que era el Jefe, pues me había armado de paciencia, aunque todo tiene un límite. Al final el jefe de ellos, me mostró a sus soldados, todos vestidos iguales, andando igual, saludando igual y, por lo que oí, graznando igual sus múltiples amenazas. No es cierto lo que cuentan. No es cierto que el jefe terrestre me golpeara con el índice en el pecho diciéndome: “Tú, clon, tú robot, tú inferior. Yo: Humano. No es cierto que yo le fulminara con el rayo implacable de mi ira hecha fuego galáctico. Bueno, lo primero, sí. Sí dijo: Tú clon, etc, etc,,,” y él, el super-ser; vaya, el humano.
Yo estaba admirado de su seguridad e iba pensando que quizás podríamos aprender algo, porque vamos, ¿cómo hablaba con el gesto adusto de la sabiduría absoluta si no lo sabía todo?
El caso -al fin, lo dijo, y ya no me sonó tan sabio- era que quería militarizarnos.
Parecía que le gustaba la fuerza, el poder, y su plan era muy simple:
“Bajar a ese asteroide y daros leyes nueva, uniformes y eficiencia”. Y la palabra eficiencia cobraba en su boca una dimensión avasallante, casi obscena.
Sentí cierta inquietud e intenté razonar con él. Nunca había visto un humano. Nada sabía de los terrestres, aunque las leyendas dicen, que por el poder matan a sus semejantes, contaminan los aires y las aguas. Incluso que destruyen por placer.
Pero las leyendas siempre exageran.
El caso es, que Cástor protestó diciendo que aquello era absurdo. Y ¿qué creen? El humano le golpeó, fría, sistemáticamente, y enunció una ley, y lo hizo de forma muy explícita.
“Según la Ley 1082 del Código terrestre respecto a población clónica, los nacidos por clonación carecen de derechos como seres humanos”. Deberán ofrecer su trabajo a la sociedad y a cambio serán protegidos”.
Fue la sonrisa fría del humano y la pasión descontrolada de Cástor lo que me motivó a hacer el gesto. Crucé mis dedos sobre el codo de mi hermano y, éste, inmediatamente, se controló.
Luego, vinieron más palabras y graznidos. Y al fin, nos permitieron regresar a Astrax II acompañados de dos soldados. Les expliqué pacientemente, que debíamos pasar de dos en dos, entre el organizado caos de la basura y, eso, guiándoles nosotros. No tuvieron más remedio que acceder.
Durante el viaje de regreso pensé en la peregrina idea del humano. ¿Gentes sin derechos? Jamás habíamos hecho nosotros algo así y eso que con lo imaginativos que son los de Laboratorios, muchas veces salen grupos de diferente color de piel o estructura. Lo que el terrestre proponía era tan ridículo como quitarle los derechos a los azules, o a los bajos, o a los de diferente sexo...
Ridículo. Pero en el espacio, rodeado de la basura de las estrellas, mi mano soltó la basura que arrastraba y el soldado humano se alejó en la danza de la muerte.
Cástor ya flotaba solo delante de mí.

Les dimos coordenadas de aterrizaje y ellos se estrellaron solos, eficientemente. Y una parte de nuestro asteroide ardió y brilló durante un breve tiempo alfa-omega.
La mujer humana lloró y gritó y se admiró de que hubiéramos entrado en el ordenador de la pequeña nave terrestre y de que aun nos hubiera dado tiempo de mandar un mensaje a la Tierra, explicando que todos los clones habían muerto por un extraño virus (parece ser, que eso les suele fascinar). La zona debía ser clausurada y luego, la Magníficus explotó.

Han pasado los años y seguimos creando garzas blancas y flores rojas y azules y organizando el caos y limpiando la basura.
La única humana que tuvimos recobró la alegría e hizo familia con Erión, al que llama “mi altote”. Tienen hijitos –pues ellos son el futuro-, y se dedica a escribir sobre la psicología de la Divina Garza.
Todo está bien. Sólo que las leyendas siguen exagerando: Nunca, yo, Janos de Klonus, el jefe, me transformé en rayo de fuego. Nunca –acompañado de mi fiel Cástor- , surqué el aire perseguido por la Magníficus.
Sólo huí de ellos; pues ocurría que golpeaban fríamente y lo justificaban con leyes. Sólo temí que no respetaran la vida. Sólo -deberían cantar en las gestas- había ocurrido que deseaban uniformarnos y, a nosotros, los clones, nos gustan las formas diferentes, los colores nuevos, los perfumes diversos del mar de las garzas.
En fin, así es la clonalidad.
(Este cuento ha sido publicado en la antología "Archivo Hurus II" por editorial Lectorum)

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