miércoles, 27 de febrero de 2008

Poetas

Foto de Oma



Poeta
Me dijo que había visto la Vía Láctea,
colgando en el desierto.
De un hilo negro colgaban sus palabras.

Blanca Mart (en Avatares, Ediciones Guajolote)


Las seis
Me gusta esa hora del amanecer
en la que la luz es todavía oscura
y nada tiene aún ningún color definido;
esa hora incierta,
en la que las sombras aún no se han ido
y las que tienen que llegar, esperan, en algún rincón, adormecidas.

Me gusta esa hora del amanecer,
en la que se mezclan, en las calles ligeramente iluminadas,
los últimos borrachos con los primeros ejecutivos.
Uno puede ver a esa hora, en una gran avenida
un cuerpo levemente intoxicado, cansado, desecho,
que ha dejado su vida en las luces tenues de un bar,
y ha vivido su soledad al lado de una silla vacía,
con un whisky compañero,
con las venas cansadas
y que sale a la luz sin quererlo del todo
para esperar que pasen esas horas
en las que el olvido se olvida
y tan solo se sobrevive.
Y a su lado, corriendo ágil y atlético,
alguien ha empezado un nuevo día,
con un zumo de naranja compañero,
y corre y corre
y espera, de otro modo
que vuelva la noche,
para olvidar también
pero su olvido es el sueño,
dulce, plácido, suave, sereno.

En esa hora, se cruzan tan diferentes
personas que, sin querer, sólo quieren lo mismo,
sumergirse
en unas pocas horas de olvido.

Me gusta esa hora del amanecer
en la que todo se mezcla, y una
puede sentarse en un tren, cansada,
entre un vagabundo y un hombre de traje oscuro,
que piensan,
sin saber que están pensando cada uno lo mismo.
Otro día.

Me gusta esa hora del amanecer
iluminada y oscura, llena y vacía,
donde nada aún es nada.

Me gusta la incertidumbre de los grises,
la claridad atenuada por las últimas sombras de la noche,
la confusión.
Y no saber si quiero ser la que amanece o la que vuelve.
Me gusta del amanecer, esa hora perdida,
en la que al ritmo del tren que me lleva, o que me trae, a veces,
pienso que soy la última de una noche larga, de luces, colores y vino,
o la primera, quizás, de un día sereno.
A veces soy el vagabundo,
a veces, aquél del traje negro,
a veces sólo una persona, en un tren, a una hora incierta.

Me gusta del amanecer, esa hora, vacía y quieta.
ele







Foto de oma

Vientos
Vientos extraños mecían las mentes
de híbridos hormigas con cabezas dormidas,
olas terribles ahogaban neuronas, arrullándolas en la rutina.
Con los ojos cerrados esperaban la muerte, pacientes, sin vida,
un huracán se llevó hace tiempo a la fantasía.
Sólo algún loco gritaba de pronto: “!Quiero tenerla!, ¡quiero una vida!”
“!Quiero pasiones, desorden, desorden!”,
y callaba enseguida
y volvía a mecerse despacio en la monotonía.
Se oyó un grito desgarrado aquel día
de una pobre mente muerta que quería estar viva.
Olas gigantes llenaron, de pronto, una mente vacía.
“¡Un milagro!”, se oyó que decía,
pero se marchó enseguida,
muy lejos de todo,
de las mentes hormiga,
que al verlo partir, respiraron contentas
el suave aire de su estabilidad adormecida.
ele


Fotos de Oma









Búsqueda
Dejé de buscar un segundo
lo infinito y lo eterno.
Estuve quieta un segundo
y fui lo infinito, y fui lo eterno.
Quise perderme y ahogarme en la locura
matar el ansía,
perder el miedo.
El viento ya no soplaba
y aquel momento,todo fue calma,
perdiendo lejano al absurdo,
apaciguada, lloraba.
Pero sólo fue un momento.
Algunas lágrimas ahogaron,
la terrible sed,
de saber,
de entender y saltar
y romper murallas.
Y viví un instante así, sosegada.
Pero el deseo era intenso
y la pasión gritaba
y gritaba la mente
y la piel, y el alma.
Y otra vez me encontré
caminando perdida.
Y otra vez, sin querer,
buscaba.

ele













Foto de Gerardo Pellicer

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