sábado, 3 de mayo de 2008

Historias perdidas

—Esto no es un cuento de hadas —dijo La Niña riendo y me devolvió El Libro cerrado.

Yo lo sabía, que no era de hadas el cuento, pero no tuve otro remedio cuando, al tratar de darle algo que complaciera sus demandas, no me encontré más que con El Libro. Dudé mucho antes de dárselo, al final acabé extendiéndole la mano que sostenía el volumen, sin mirarla a los ojos, sintiéndome un poco culpable por mentirle deliberadamente.

La Niña es una niña lista, así que no hizo reproches innecesarios, leyó la historia, me devolvió El Libro y ya.

Es un libro en realidad singular, que le cuenta a uno la historia que quiere. La que quiere Él, desde luego, no la que uno espera. Eso lo sé desde hace tiempo, cuando mi sonrisa aún era semejante a la de La Niña.

En fin, me lo regalaron unos tíos un poco extravagantes —por cierto que nunca supe bien de qué rama familiar eran—, un día llegaron con un ejemplar de historias “de piratas” para mí, muy contentos, porque las ilustraciones interiores eran preciosas. Todo él es muy bello, lo noté desde la primera vez que lo tuve en mis manos, y las ilustraciones en su interior eran, efectivamente, hermosas, pero no era una historia de piratas. Me decepcioné un poco, porque a esa edad uno quiere leer lo que cree que va a leer y ninguna otra cosa, y no presté mucha atención a lo que contaba. Trataba, creo recordar vagamente, de un señor que se convertía en perro a veces y otras en un coyote solitario. Yo ya había visto una película del hombre lobo y la historia no me gustó mucho.

El Libro terminó irremediablemente olvidado entre cajas de cartón con muñecos rotos y viejos álbumes de estampas nunca completos del todo.

Cuando volví a recordarlo fue años después, en la escuela. Se hacía una colecta para niños de escuelas rurales y los libros eran algo que los maestros pedían insistentemente. Creí que tal vez El Libro les gustaría más a niños que vivieran en un sitio parecido al que la historia dibujaba. Lo desempolvé y lo metí en una bolsa de papel para dárselo al comité de ayuda, incluso llevé un par de álbumes de insectos y dinosaurios con estampas raras. Mi maestra de Lectura y Redacción vio cuando lo sacaba de la bolsa y le llamó la atención, me lo pidió para hojearlo y yo tuve que entrar al salón a clase de Problemas Socioeconómicos de la Nación. Cuando salí, la maestra estaba sentada en el pasillo, en la misma banca, y concentradísima en El Libro. Le pregunté si había estado allí los cincuenta minutos de clase y me miró un poco extrañada, en vez de responder a mi pregunta me dijo:

—Yo que tú me quedaba con él, es la narración exacta de una de las travesías de Drake, uno de los piratas más famosos y los grabados son preciosos; primero pensé que tal vez se tratara de un cuento de vampiros, o algo parecido, pero ya vi que no. Si quieres deshacerte de él véndelo, en una escuela de ésas nadie lo va a saber apreciar, y tú te vas a hacer de un buen dinero. Si lo vendes avísame, quizá me sirva para estudiar ciertos giros léxicos. Parece que quien lo escribió viajaba en el barco del Capitán en ese entonces, era un marinero español que se salvó del naufragio de un barco de pasajeros y se pasó a la banda de Drake cuando los conoció, en una isla del Pacífico. Es realmente muy interesante, no sabía de un documento de esta naturaleza.

Yo la escuché con cara de pasmo, no recordaba tener un texto con una historia como esa y, lo peor, cuando yo leí El Libro no tenía ninguna historia del mar, y ahora sí. Después de devanarme un poco los sesos llegué a la conclusión de que era tal vez algún cuento que había olvidado, de la época en que mi pasión por los piratas era muy grande, no el libro que creía que era. De todos modos decidí conservarlo, no por lo que me dijo la maestra, sino porque me intrigó la historia del marinero español, así que decidí leerlo esa misma noche, en casa.

No tuve la oportunidad de leerlo ese día, ni durante mucho tiempo, por una cosa o por otra, luego se me fue borrando de la memoria nuevamente y lo dejé por allí, entre los libros que me dejaban leer en la escuela y libretas de cursos pasados llenas de apuntes inservibles.

Me gradué en la escuela y asistí a la Universidad, y me fui convirtiendo en una persona adulta; durante un tiempo fui sólo eso, una persona adulta de hábitos solitarios. Fue un poco después que conocí a La Niña.

Si he de hacer justicia diré que ha sido siempre una niña muy bonita, con grandes ojos negros y un cabello ondulado y suave. La conocí caminando en medio de una multitud apresurada y llena de bolsas con logos; era la única que parecía saber hacia donde iba, la única que no iba a ningún lado y la única que no tenía prisa ni bolsas ni teléfono celular.

Supongo que se dio cuenta de cómo la miraba, y espero no tener que explicar por qué me enamoré de ella instantáneamente. Por supuesto La Niña sólo se echó a reír, luego levantó su mano pequeña para que la mía la tomara y me dijo que la llevara conmigo.

Después de dar unas cuantas vueltas por la ciudad nos fuimos a mi casa y ella cenó galletas con leche. La miré dormir toda la noche, mientras pensaba que no podía creer en mi suerte.

Desde entonces tomó para mí el lugar más importante en el mundo, además ella fue la que me explicó un montón de cosas importantes de la vida que yo ignoraba. Es muy cariñosa conmigo, siempre toma mi cara entre sus manecitas y me habla de mi gran dosis de tontería adulta, mientras me despeja una incógnita más.

La Niña y yo establecimos desde el principio, en una especie de pacto, una dinámica simple, ella me pide lo que quiere y yo se lo doy, en el acto y sin protestar, a cambio ella me acompaña y me transmite trozos de su pequeña sabiduría.

Por eso fue que me vi metido en un gran problema cuando exigió un cuento de hadas. Quería leerlo antes de dormirse y era una hora imposible para correr a cualquier librería. Para ese entonces su curiosidad había agotado ya mi exigua biblioteca e incluso mis álbumes y mis juguetes viejos. Así que, ateniéndome al pacto y no teniendo forma de ofrecerle nada más, le di El Libro.

Pensé que tal vez le gustaría leer una historia de piratas o de nahuales que, dicho sea de paso, aunque no son hadas exactamente, no se puede negar que su naturaleza está más cercana a la de estas criaturas casi siempre aladas, que a la nuestra. El caso es que se puso a leer El Libro y después de un rato estaba totalmente enfrascada en la lectura. Me sentí aliviado, porque al menos no se aburriría antes de dormir y porque tenía la esperanza de que por esta vez, a pesar de no haber cumplido su deseo al pie, me disculpara.

El final de la historia parecía muy gracioso pues de repente ella se empezó a reír mientras pasaba la última página.

—Esto no es un cuento de hadas —dijo La Niña riendo y me devolvió El Libro cerrado.

—Ya lo sé, pero no tenía nada más, así que te lo di porque era lo único que tenía a mano.

Convinimos en que me perdonaba y luego me dijo que era un libro muy bonito, con dibujos excelentes y que esa historia del vampiro con un final tan inesperado le había gustado mucho. Yo me sorprendí cuando dijo la palabra vampiro, no porque los vampiros me asusten particularmente, sino porque, según recordaba, ese Libro nunca había narrado cosa semejante. Entonces le conté de los tíos y los piratas y el Capitán Drake y los coyotes y la maestra de Redacción, años antes. Ella me escuchó con mucha atención, como siempre hacía cuando me escuchaba, y luego se quedó pensando un rato. Se sentó al borde de la cama balanceando los pequeños pies descalzos, que sobresalían de su camisón de franela, en el aire.

—Eso significa que es un Libro de Historias Perdidas —dijo luego de un rato de pensar mucho—. Es un Libro de Historias Perdidas que se quedó extraviado, si quieres te cuento de dónde viene.

—Bueno —le dije—, pero me lo cuentas mañana, porque es muy noche y debes dormir como una niña buena.

Palmeó un poco con emoción y dijo que sí, que me lo contaría todo al día siguiente, luego del desayuno.

Al otro día, cuando acabamos de desayunar me preparé para escuchar a La Niña, porque sabía que iba a ser un relato minucioso y largo. Y lo que me contó fue, en efecto, minucioso y largo, pero también sorprendente y agradable, como casi todo lo que ella me cuenta.

Los Libros de Historias Perdidas, provienen de un lugar muy raro, donde se hacen objetos que recogen, guardan o encuentran, las cosas que la gente pierde u olvida. Y esos Libros están creados para recoger en sus páginas las historias que la gente nunca escribe y debería, los cuentos que se cuentan al aire y se olvidan luego, los libros que se queman y no se reimprimen, en fin, las historias perdidas que alguien ha contado alguna vez, pero que, por razones de diversa índole, no se conservaron por escrito. El Libro debió llegar hasta mis manos por alguna razón en especial, y por medios extraños, según me explicó La Niña, pues es raro que alguien se tope con ellos y más raro aún que los conserve.

Todo el asunto era un poco desconcertante para mí.

Ella lamentó un poco no haberlo reconocido en el acto, y yo le dije que no se preocupara, porque los niños suelen ser siempre un poco distraídos.

Me dio gusto saber que ella tenía un vínculo por aquí, un vínculo que no fuera yo o lo que yo soy. Aunque no estoy en mi total juventud aún falta tiempo para que muera, o al menos eso espero. Y aunque la niña lleva años conmigo, sé que algún día se irá de esta casa y hará las mismas cosas que hace ahora, las cosas que hacen todos los niños, pero en otro sitio. Así que me tranquiliza saber que tiene algo que llevarse con ella.

—¿Y cómo sabes que es un Libro Perdido? —le pregunté intrigado.

—De Historias Perdidas —me corrigió—, aunque él mismo se perdió por aquí. Y lo sé porque los libros como éste no acostumbran quedarse con las personas, no con las personas comunes al menos, probablemente se encontró extraviado cuando no pudo hallar la forma de salir de entre tus cajas polvosas. Si lo hubieras donado ese día en la escuela, a lo mejor no hubiera llegado a ningún niño, sino que hubiera regresado al país del que te conté. Este tipo de Libros son raros también porque tienen un poco de voluntad propia, ya lo viste tú mismo.

Le dije que cuidara mucho El Libro, porque a veces los niños suelen ser descuidados, y se lo regalé, envuelto en papel azul celeste. A ella le dio mucho gusto su regalo y dijo que se lo prestaría a sus amigos para que lo leyeran también. Sabe que es suyo porque yo se lo regalé, pero también porque es un poco como ella.

He llegado a pensar que El Libro se quedó conmigo sólo porque La Niña iba también a llegar a mi vida y Él, de alguna manera, con esa especie de voluntad propia que tienen los objetos inanimados con cierta energía, lo supo y se quedó. Los niños especiales necesitan juguetes especiales.


* * *
No hace mucho tiempo La Niña trajo a casa a otro pequeño, me lo presentó como su compañerito de juegos y me explicó que lo había invitado a casa para prestarle un libro. Cuando pasó corriendo escaleras arriba se detuvo a la mitad para voltear a verme y me dijo —en voz muy alta para que la oyera el niño— que a su amiguito le gustaban mucho los cuentos, en especial de horror, luego me guiñó un ojo y corrió escaleras arriba. Al bajar llevaba El Libro y un rompecabezas.

Al rato la niña había armado una parte del rompecabezas y el pequeño la miró un poco enfadado, cerrando El Libro.

—Ten tu libro —le dijo devolviéndoselo—, los dibujos están padres y todo, pero este es un cuento de hadas, y a mí los cuentos de hadas no me gustan.

Cuento escrito por ahí de 1999. Publicado en los Cuentos Compactos - Literatura Fantástica.

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